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Productivity has decreased by 7.3% over the course of this century, although with a slight improvement since 2013
La Fundación BBVA y el Ivie crean el Observatorio de Productividad y la Competitividad (OPCE) en España para analizar la preocupante trayectoria en productividad española y sus implicaciones para la competitividad, buscando identificar potenciales líneas de mejora
La productividad con la que se emplean los recursos es la palanca fundamental de las mejoras de la renta y el bienestar de los países. España presenta una preocupante trayectoria de productividad del trabajo y también del capital, así como de la productividad total de los factores (PTF) —el principal indicador de eficiencia conjunta de los factores de producción para generar valor añadido—. Esa evolución de la eficiencia indica un deficiente aprovechamiento de los recursos utilizados. La desventaja española en productividad respecto a otros países limita su competitividad internacional debido a que una parte de su sistema productivo no es eficiente, frenando las ventajas de costes a la hora de competir y las mejoras de renta per cápita y bienestar.
España ha acumulado un retroceso de su nivel de PTF del -7,3% entre 2000 y 2022, un resultado que contrasta con los avances de países desarrollados como Estados Unidos, donde la PTF ha crecido un 15,5% en este mismo periodo, o Alemania (con avances del 11,8%). Sin embargo, tras la Gran Recesión la PTF experimenta en España un cambio de tendencia, registrando una modesta mejora acumulada de este indicador del 1,2%, entre 2013 y 2019. La COVID-19 supone un paréntesis en esa tendencia, pues en 2020 la PTF cayó un 5,1%. Pero tras la pandemia el indicador ha vuelto a crecer, un 2,8% acumulado entre 2021 y 2022 (1,4% cada año), recuperándose más rápidamente que tras la crisis anterior.
Pese al positivo cambio de tendencia reciente, el retroceso de la PTF desde principio de siglo contrasta con las cifras de la UE y se explica por una evolución poco favorable de la productividad del trabajo y del capital en España. La productividad del trabajo, calculada dividiendo el PIB por el total de las horas trabajadas por los ocupados, crece menos que en otros países: la media anual es del 0,7% desde principios de siglo, frente al 1,1% que registra la UE en su conjunto, o el 1,4% de Estados Unidos. Al mismo tiempo, la productividad del capital —el valor añadido generado por unidad de dotaciones de capital disponibles (maquinaria, equipamientos tecnológicos, inmuebles, infraestructuras públicas y privadas)— ha caído en promedio entre 2000 y 2022 un 1,2% cada año, debido a que la inversión acumulada ha avanzado más que el valor añadido generado. Aunque, la productividad conjunta de los factores ha crecido un 1,2% tras el final de la Gran Recesión (2013-2019) y un 2,8% tras la COVID-19 (entre 2020 y 2022), esas mejoras no son suficientes para converger hasta los niveles medios europeos de productividad.
Hay varias razones que explican los bajos niveles de productividad de España en lo que llevamos de siglo y que representan una importante debilidad de su patrón de crecimiento. Es débil, en primer lugar, porque la trayectoria de la PTF mantiene los niveles de eficiencia productiva por debajo de los del siglo pasado, a pesar del esfuerzo de acumulación de capital físico y humano de las últimas tres décadas. El empleo de más cantidades de trabajo y capital ha contribuido a que el PIB de España crezca, pero las mejoras en el aprovechamiento productivo de esos factores podrían también contribuir al crecimiento del PIB y eso no ha ocurrido durante los años del boom y la Gran Recesión. En segundo lugar, el patrón de crecimiento es débil porque la baja productividad del capital refleja una excesiva acumulación de activos inmobiliarios -residenciales y no residenciales- durante el boom, que siguen parcialmente utilizados por las empresas que los poseen y lastran la productividad. En tercer lugar, porque la inversión en activos que deben contribuir a impulsar la productividad —como las TIC y los intangibles— avanza a un ritmo menor que en otras economías.
Para analizar la evolución de la productividad española y proponer posibles vías de mejora, la Fundación BBVA y el Ivie han puesto en marcha el Observatorio de la Productividad y la Competitividad en España (OPCE). La iniciativa incluye la creación de una base de datos que se actualizará periódicamente con información sobre productividad del capital, del trabajo y PTF. Cada año se publicará un informe que analizará los datos más recientes y profundizará en distintas dimensiones de los problemas. Además, se creará un rastreador de la productividad que tendrá una periodicidad semestral e irá acompañado de un documento breve que desgrane las principales conclusiones de los cambios observados en el periodo. Todos estos materiales se harán públicos y serán de acceso libre para fomentar la investigación en temas tan relevantes. El primer informe del Observatorio (OPCE 2023), que hoy se publica, estudia la trayectoria del PIB español desde 1995 a 2022, analiza las causas de la baja productividad española y revisa las iniciativas de las comisiones de productividad existentes en numerosos países.
El informe ha sido dirigido por los investigadores del Ivie Francisco Pérez, Matilde Mas, Dirk Pilat y Juan Fernández de Guevara, con la colaboración de los economistas del Instituto Eva Benages, Juan Carlos Robledo y Laura Hernández. El documento muestra las debilidades de la trayectoria de la productividad señaladas en párrafos anteriores, la asociación de buena parte de estos con el boom inmobiliario anterior a la Gran Recesión y la mejora de la situación a partir de 2014. En esta última década se produce un cambio importante en la orientación de las inversiones hacia activos más basados en el conocimiento —maquinaria, TIC y activos intangibles— y la PTF comienza a crecer, aunque se ha visto puntualmente afectada por el shock de la pandemia.
El lastre inmobiliario
El boom inmobiliario de principios de siglo explica, en buena medida, el negativo comportamiento agregado de la PTF. Sectores como la construcción —como oferente—, y la hostelería, la energía y muchas actividades de servicios —como demandantes intensivos de naves, locales comerciales o despachos, además de viviendas— atrajeron enormes inversiones que resultaron poco productivas. Estas inversiones desembocaron en excesos de capacidad no utilizada, que afloraron sobre todo cuando la economía entró en recesión. Especialmente en la etapa que transcurre entre 1995 y 2007, la inversión residencial y en otras construcciones se guio más por las ganancias de capital esperadas a corto plazo, impulsadas por las alzas de precios de los inmuebles durante el ciclo expansivo, que por la productividad que podrían ofrecer a medio plazo dichos capitales si fueran plenamente utilizados.
El lastre que ha supuesto ese periodo se prolonga hasta nuestros días porque los activos inmobiliarios son muy duraderos y pueden permanecer parcialmente desaprovechados durante décadas, suponiendo costes de amortización y financieros para las empresas o los hogares que los poseen. Los excesos de capacidad se ponen de manifiesto en numerosos lugares de España en forma de elevados porcentajes de inmuebles vacíos y viviendas parcialmente utilizadas. En el caso de las viviendas vacías y de segunda residencia (parcialmente utilizadas), los porcentajes eran muy superiores a los de otros países al finalizar el boom (28,3% en España frente al 16,8% de Francia o 9% de Alemania, según Eurostat con datos del censo de 2011). Prueba de que sus efectos son muy duraderos es que las viviendas vacías (14,4%) más las secundarias (16%) suponen en la actualidad el 30,4% del parque de viviendas (según el censo de 2021). Son datos que deben ser tenidos en cuenta antes de hablar de una inversión residencial insuficiente como la causa de las actuales tensiones de precios en algunos mercados locales de vivienda.
Después de los años de recesión, el patrón de crecimiento se normalizó en la mayoría de los sectores y el PIB creció entre 2013 y 2019 (un 2,3% de media anual), impulsado tanto por las contribuciones del capital y del trabajo como por la PTF, que volvió a crecer durante varios años. Pero en 2020 el shock negativo padecido durante la pandemia también tuvo importantes consecuencias sobre la eficiencia. Debido a la caída de la demanda de muchos sectores por la imposibilidad de desarrollar sus actividades con normalidad, el uso de la capacidad instalada de muchas empresas se resiente de nuevo durante 2020 y la productividad total de los factores cae un 5,1%. Los mayores retrocesos de la PTF en 2020 se producen en actividades que sufrieron mucho las limitaciones para funcionar con normalidad: actividades artísticas, recreativas, servicios de transporte y hostelería. También sufren el impacto sectores que arrastraban excesos de capacidad más duraderos, como la construcción y el inmobiliario. Ahora bien, gracias a las políticas públicas de control de daños adoptadas en la mayoría de actividades, la recuperación tras la pandemia se ha logrado más rápidamente que en la crisis anterior, y entre 2021 y 2022 la PTF ha registrado un crecimiento acumulado del 2,8% (1,4% anual).
Otras causas de la menor productividad
La reducción de la PTF en el periodo 2000-2022 se explica también por la menor inversión de España en activos intangibles (I+D, software y bases de datos, diseño, imagen de marca, formación de la empresa a sus trabajadores, estructuras organizativas innovadoras, etc.) cuyo potencial para mejorar la eficiencia de las empresas es elevado. En comparación con las economías avanzadas, España ocupa la última posición en inversión en intangibles, a la que solo destina el 40,5% de la inversión total. Aunque el porcentaje es significativo, en países como Reino Unido, Finlandia, Estados Unidos, Francia o Suecia esas inversiones son las mayoritarias, superando en 20 puntos porcentuales el peso que tienen en España. También el peso de la inversión en activos intangibles sobre el PIB de España se sitúa en las últimas posiciones, con un 9,5% en 2020, casi la mitad del de los líderes internacionales como Francia, Suecia o Estados Unidos. Pese al retraso que sigue sufriendo España en este aspecto, se aprecia un cambio de tendencia y la tasa de crecimiento anual de los activos intangibles se acelera tras la Gran Recesión, pasando del 2,6% anual en el periodo 2000 a 2013, a una tasa de crecimiento del 3,9% anual entre 2013 y 2019.
En productividad del trabajo los avances son modestos en lo que llevamos de siglo, pese al aumento de las inversiones por trabajador en todo tipo de activos. Las causas de ese lento progreso de la productividad por hora trabajada son diversas. Por una parte, los pobres resultados educativos y la temporalidad laboral limitan el potencial productivo del capital humano acumulado. Además, se aprecia un menor empleo del trabajo más cualificado que en la mayoría de los países europeos, debido a que las ocupaciones derivadas de la especialización española -intersectorial e intrasectorial- son, en promedio, menos intensivas en capital humano. También frena la productividad del trabajo el predominio de modelos de gestión poco profesionalizados en muchas empresas, sobre todo de pequeño tamaño, en las que la estructura de propiedad, gobierno y dirección está fuertemente concentrada en una sola persona, que, en muchas ocasiones, no cuenta con formación superior. Esta menor presencia del capital humano en la dirección de una parte importante del tejido productivo tiene consecuencias sobre la especialización de las empresas, la cualificación de los puestos de trabajo que ofrecen, la orientación y el aprovechamiento de sus inversiones. Así pues, la falta de consejos de administración y la escasa presencia de gestores altamente cualificados supone una debilidad relacionada con la pobre inversión en intangibles y el aprovechamiento del capital humano.
La especialización de la economía española es, sin duda, otro freno para su productividad, pues pesan más las actividades poco intensivas en conocimiento y en el uso de TIC. El sector productor de TIC alcanza una productividad del trabajo claramente superior a la media (49,3 euros de 2015 por hora trabajada frente a 30,6 euros en el agregado de la economía española) pero su peso en España es muy reducido, pues solo representa un 5% en el PIB y un 3% del empleo. Además, las desventajas de productividad de España con el resto de países también son notables en este sector.
Así pues, en los orígenes de los problemas de productividad aparecen distintos factores: los excesos de capacidad en activos inmobiliarios, la falta de inversión en activos intangibles durante la primera década del siglo, el insuficiente aprovechamiento de las mejoras educativas y el retraso en reformas estructurales que dinamicen los mercados de productos y servicios y mejoren la asignación de los factores de producción. Todas estas circunstancias contribuyen a que los niveles de PTF hayan caído en España durante la mayor parte del siglo XXI, mientras la eficiencia productiva mejoraba en la UE, y en EE. UU. lo hacía todavía más. Una consecuencia de esa falta de eficiencia es que la PTF no contribuye al crecimiento del PIB como en otros países, y el resultado es un alejamiento de la renta por habitante española de la media de la UE. Las ganancias de productividad son muy relevantes en última instancia para el crecimiento del PIB per cápita, ya que este no es solo resultado de un mayor empleo de recursos de trabajo y capital por habitante, sino del aumento de lo que cada trabajador y cada unidad de capital aportan. Debido a las débiles contribuciones al crecimiento de estas mejoras de productividad, mientras en el año 2000 la renta per cápita española se situaba un 2,4% por debajo de la media europea, en 2022 la distancia se ha ampliado hasta un 14,4%.