Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.
Publicaciones
Dice la teoría económica que la inflación es persistente o “pegajosa” cuando los precios no se ajustan rápidamente a la oferta y la demanda, sino que se mantienen en niveles elevados. En la lucha contra la inflación es posible que lo peor haya pasado, pero no es sencillo aventurar que pueda decirse adiós en un tiempo cercano.
La realidad es tan tozuda que ni siquiera las previsiones de aquellos que tienen encomendada la lucha contra la inflación, los bancos centrales, contemplan que estén bajo control antes de bien entrado 2024. Al miura que las autoridades monetarias tenían enfrente se le han sumado otros enemigos adicionales. De un lado, la guerra en Ucrania no parece atisbar su fin y, aunque las crudezas del invierno han pasado, quedan muchos interrogantes que resolver en materia económica. Asimismo, lo que parece una cierta tranquilidad en los mercados energéticos puede volver a recrudecerse y plantear severos problemas. Uno de los síntomas es la escasez de inversión en energías fósiles cuando, en realidad, su demanda va a seguir siendo bastante elevada durante un tiempo. A todo ello hay que sumar que, lejos de lo que muchos habían esperado, esta inflación no era solo de oferta. También de demanda. La inflación subyacente –la que excluye energía y alimentos frescos, de control más complicado por su exogeneidad– ha ido creciendo en muchas localizaciones y España no es una excepción.
Carbó, S. (2023). «Inflación, ese chicle en el zapato monetario». Actuarios n.º 52: 6-7.